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Chapter 115 - Spin-Off: La Danza Macabra de la Muerte – Parte 3

La final del Torneo de la Muerte no fue un combate.Fue un réquiem.

Theron, el carnicero sin bandera, se alzó contra Lord Umbra, una silueta encorvada por secretos y sombras. Vestía una armadura negra como la sangre seca, sin escudos ni heráldica. Su espada no era de hierro ni acero: era oscuridad materializada, vibrante, viva, y parecía devorar la luz misma al moverse.

Nadie conocía su rostro. Nadie lo había escuchado hablar. Pero donde caminaba, el aire se volvía pesado, y los pájaros callaban.

Aethel, la ciudad maldita, guardaba silencio mientras el cielo plomizo amenazaba con abrirse. No había vítores. Solo respiraciones contenidas, como si todos supieran que lo que estaban por ver no era una pelea, sino un juicio.

El primer choque fue un estallido seco de acero y sombra.Theron, exhausto, sangrante, gruñía como un animal que aún se negaba a morir. Sus hachas golpeaban con rabia salvaje, con técnica que se había ido perdiendo a medida que ganaba sed.

Lord Umbra, en cambio, se movía con la precisión de un verdugo.Su espada cortaba el aire, dejando a su paso estelas de escarcha.Cada golpe era una sentencia de muerte evitada por milímetros.

Theron cayó de rodillas. No fingía. Estaba roto por dentro, pero el instinto le había enseñado que un enemigo relajado era un enemigo muerto.

Lord Umbra levantó su espada.Y en ese instante, Theron se lanzó como un lobo moribundo.Una de sus hachas encontró la garganta oculta tras el yelmo.El sonido que siguió no fue humano.

Lord Umbra se tambaleó, gorgoteando, su sangre era negra como tinta quemada. Cuando intentó levantar su espada, Theron ya había tomado impulso y decapitado su silencio eterno.

Su cabeza cayó pesadamente, rodando entre charcos oscuros.El cuerpo se deshizo como cenizas, como si nunca hubiera existido.

La arena guardó silencio.No por respeto.Sino por miedo.

Theron, cubierto de sangre seca y fresca, con los ojos vacíos de humanidad, alzó los brazos hacia una audiencia que no se atrevía a mirar. Y desde lo alto, invisible para todos menos para él, Lara sonrió.

La Muerte estaba complacida.

Los Martillos de Guerra de Grimfang eran pesados, vivos, temblaban en sus manos como si lo reconocieran. Las Dagas de Sombra se deslizaron por su espalda y desaparecieron en su silueta. Como si la oscuridad hubiera encontrado a su nuevo huésped.

La promesa de paz se convirtió en una mentira olvidada.

Theron no trajo esperanza a Valoria.Trajo cenizas.

Con los martillos, aplastó ciudades.Con las dagas, desaparecía dentro de los palacios y regresaba solo con cabezas.

Los reinos que se rendían eran esclavizados.Los que resistían, desaparecían.No había diplomacia, ni tregua. Solo un eco: "Theron viene."

Y con él, la Muerte danzaba.

Pero la maldición no terminó con él.

El poder de los artefactos fue un veneno lento que consumió su cordura. Dormía con los ojos abiertos, asesinaba a sus propios generales en sueños, hablaba con muertos que solo él podía ver. Los martillos exigían guerra.Las dagas, traición.

Sus descendientes heredaron ese infierno.Ninguno vivía más allá de los cuarenta.Muchos murieron a los veinte. Algunos a los catorce.Uno de ellos, se comió los ojos para poder ver como Lara.

El linaje de Theron se convirtió en una nota al pie de página en los libros prohibidos.Una familia marcada por la violencia, la locura y el olvido.

Hasta que un día, siglos después, una reina olvidada por la historia, la última de su sangre, llegó sola a las ruinas de Aethel. Llevaba los ojos vendados y una corona de espinas, arrastrando los martillos con cadenas, mientras las dagas silbaban en su sombra.

La arena la reconoció.

Y Lara, finalmente, se mostró.Hermosa como el hambre.Fría como el principio de los tiempos.

La reina se arrodilló sin decir palabra y ofreció las armas.Lara las tomó sin ceremonia.Solo musitó:

—Siempre regresan a casa.

La reina se deshizo en polvo.

Los artefactos volvieron al reino de la Parca, donde duermen…esperando.Soñando.

Y en el año 2019, bajo un cielo tan gris como el de Aethel, un joven llamado Kisaragi Ryuusei encontró aquellas armas, sin saber el precio que siempre exigen.

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