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Chapter 114 - Spin-Off: La Danza Macabra de la Muerte – Parte 2

La segunda fase del Torneo de la Muerte dejó de ser un espectáculo: se convirtió en una purga.

Los contendientes que aún respiraban no eran héroes ni campeones. Eran residuos de humanidad, restos de guerra y ambición. El honor, si alguna vez existió, fue estrangulado en la primera ronda. Lo que quedaba eran depredadores sin patria, traidores sin remordimientos, monstruos sin causa. Cada paso en la arena era un pacto con la muerte.

Theron lo sabía. Por eso seguía matando.

En una de las primeras rondas de esta nueva etapa, se enfrentó a Ser Osmund, uno de los perros de guerra más temidos de la Casa Kaelen. Un carnicero disfrazado de caballero. Su espada de dos manos era tan ancha como una lápida y su mirada… vacía. La pelea no fue un duelo; fue una colisión entre instintos primarios.

Theron se movía como una bestia acorralada: bajo, sucio, letal. La hoja de Osmund le abrió el costado con un rugido de metal y carne. La sangre le brotó caliente, pero el dolor no lo detuvo. Como una criatura de la escarcha, se lanzó hacia la garganta del caballero, y con ambas hachas hundidas en su abdomen, lo abrió como a un animal. Las tripas de Osmund se derramaron en la arena como serpientes calientes. Su cabeza rodó un segundo después, lanzada con una precisión casi indiferente.

El público no aplaudió. No quedaba público, solo testigos. Y los testigos, en Aethel, solo guardaban silencio... o se convertían en parte del espectáculo.

Pero había algo más ahora. Algo invisible. Lara, la Parca de Valoria, no solo observaba. Susurros comenzaron a colarse entre los supervivientes. Promesas. Pactos. Maldiciones.

Algunos combatientes empezaron a cambiar.

Una fuerza oscura los tocaba. Lo suficiente para soportar huesos rotos sin inmutarse. Para levantarse con las tripas colgando. Para gritar palabras que no eran de este mundo. A cada ronda, el torneo se deformaba más y más en un ritual siniestro. Los ojos de Lara, desde lo alto, eran brasas muertas en el rostro de la noche.

Una ronda después, Theron se topó con Lysandra, de la Casa Vorlag. Su belleza era venenosa, literalmente. Sus ojos eran caricias; sus flechas, sentencias. No entró en la arena con honor. Se arrastró entre cadáveres, disparando desde las sombras. Sus virotes estaban impregnados con toxinas que hacían estallar la piel.

Theron no se apresuró. No gritó. Solo esperó.

Y cuando la vio moverse detrás de un montón de cuerpos... le devolvió el favor. Su hacha voló girando como un castigo divino. Le atravesó el cuello, rebanando carne, hueso y veneno.

La sangre brotó como un chorro caliente. Su cuerpo se sacudió, se aferró al aire y luego colapsó sin más.

Pero el torneo ya no era solo peleas. Era un infierno donde los más astutos envenenaban raciones por la noche, donde dormir era un suicidio lento. Algunos murmuraban que incluso la tierra se estaba pudriendo. Que los muertos no descansaban. Que los ojos de los cadáveres seguían abiertos por días.

Y Lara reía. Sin hacer ruido.

Las semifinales. Solo quedaban los últimos.

Theron fue arrojado contra un ser que parecía salido de otra dimensión: "El Espectro", un guerrero del Este, sin nombre, sin voz, con una guadaña más grande que su propio cuerpo. La guadaña no cortaba el aire: lo devoraba.

Fue el combate más sucio de todos.

Theron sangraba por la herida del costado. La guadaña le rozó el brazo izquierdo, arrancándole carne y parte del hombro. El aire olía a hierro y vómito. Pero él no se detuvo. No podía. Solo había una regla en esta danza: no ser el primero en caer.

En un instante de locura, se lanzó hacia el filo que venía a decapitarlo. Dejó caer su peso, aceptó el dolor, y con un rugido de animal herido, clavó ambas hachas en el torso del Espectro.

Una. Dos. Tres veces. Hasta que el hueso crujió como madera podrida.

El Espectro cayó, jadeando. Su máscara se desprendió, revelando un rostro casi infantil, deformado por el dolor y la magia oscura. Theron, por piedad o por costumbre, le cortó la cabeza antes de que el muchacho pudiera hablar.

La arena no rugió. Solo crujió con los pasos de Theron alejándose.

Y así, entre sangre coagulada y polvo mojado por vísceras, solo quedaban tres.

Tres nombres sin bandera. Tres sobrevivientes.

Theron.Una sacerdotisa que rezaba a un dios sin nombre mientras desollaba a sus víctimas.Y un niño. Nadie sabía cómo había llegado tan lejos. Nadie quería saberlo.

La última ronda estaba cerca.Y la Muerte, Lara, tejía el clímax con los hilos de un tapiz de locura.

Solo uno bailaría hasta el final.

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