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Chapter 5 - El recuerdo del ayer: capitulo 2

A miles de kilómetros de distancia, la aeronave rugió contra el viento helado, dejando atrás la tierra que conocían, para adentrarse en el vasto desierto blanco que era Saint Morning. Ester miró por la ventana, el horizonte era difuso como una capa de nieve que caía sin cesar. Cada parada era un riesgo, y una batalla contra el tiempo y la naturaleza misma.

El cumplir con su misión era más importante que sus propias vidas. Aunque el frío calaba en sus huesos, no se atrevieron a dudar. No había tiempo para pensar en lo que podría pasar si algo salía mal. Salvar al rey. Eso era lo único que importaba.

En el país de Roster, las horas pasaban lentamente, arrastrándose como la luz que se filtraba a través de las ventanas. A pesar de palidecer por la enfermedad, el aburrimiento le resultaba más insoportable. Mientras el tiempo le ofrecía la oportunidad de armar un rompecabezas que conectaría con su pasado, las dudas empezaban a acecharle. Temía descubrir la verdadera historia de su niñez.

Los sirvientes y los doctores, siempre acudían al servicio de su rey, quien se encontraba prisionero de su propia enfermedad. El invierno golpeaba sus ventanas con una fuerza implacable, como si el mundo exterior tratara de invadir su palacio. Aunque deseaba llamar a las pocas amistades que tenía, recordaba que no podía ceder a sus deseos personales, debía ser un rey que no mostraba debilidad.

En los días de sol, cuando la luz dorada se filtraba por los vitrales del palacio, Ethan se sentaba junto a la ventana, inmóvil como un retrato olvidado.

—Tengo tantas palabras y sentimientos guardados en mi corazón… —susurró, como si hablara con los fantasmas de su familia—. Que ni siquiera sé cómo nombrar este miedo.

Aunque confiaba ciegamente en Ester, no podía evitar temer que algo malo le sucediera. Al contemplar el jarrón, vio los jazmines marchitarse, recordándole el regalo que ella le había entregado antes de partir a su misión.

Los días se arrastraban perezosamente sobre la ciudad, como si el cielo mismo dudara en abandonar su balcón. Mientras acariciaba el álbum familiar sobre las rodillas, Ethan no soportaba más el encierro. Necesitaba salir, respirar el aire libre, ver el mundo con sus propios ojos.

Al vestirse ligeramente, sintió que nada ni nadie lo detendrían. Al abrocharse el último botón, el silencio fue quebrantado. Aunque no había pasado ni uno semana, los pasillos del palacio ya comenzaban agitarse nuevamente. Su corazón dio un vuelco, y antes de que pudiera mover una pierna, la puerta se abrió de golpe. Sus ojos se encontraron, y, en ese instante, todos los silencios entre ellos cobraron voz.

Se vistió con ropa ligera, convencido de que nada lo detendría. Al abrocharse el último botón, un ruido quebró el silencio. Aunque apenas había transcurrido una semana, los pasillos del palacio ya bullían de actividad. Su corazón se estremeció, y antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe.

—Ethan… —su voz, quedó suspendida en el aire, mientras pasos se detuvieron en seco, como si un hechizo invisible la hubiera congelado a medio camino.

Él se acercó lentamente, sin apartar la vista.

—Tranquila… Todo estará bien. —Aunque sus palabras fueron un mero susurro, el abrazo que la envolvió habló por él.

Las lágrimas de Ester cayeron en silencio, como un tributo a esos sentimientos que rara vez dejaba aflorar. Ethan la había visto enfrentada a numerosos obstáculos sin pestañear, pero ahora, entre sus brazos, era solo la niña que había conocido años atrás.

—Hoy, por primera vez, no me llamaste "mi señor"… —murmuró él, con una sonrisa cálida, mientras sus dedos se enredaban en su cabello, negro como la noche sin luna.

Ester no respondió. En vez de eso, repitió su nombre como un mantra, como si esas palabras pudieran detener lo inevitable:

—Ethan… Ethan…

Al separarse, sus manos temblaban. Hurgó en su bolsa y sacó un pequeño frasco de cristal, cuyo contenido emitía un brillo pálido bajo la luz del ocaso. Con un sollozo ahogado, se arrodilló frente a él y lo alzó como si tratara de una ofrenda sagrada.

—Es lo único que logré conseguir… —susurró, ahogando la emoción que le quemaba la garganta—. No soporto imaginar el dolor que cargas desde la infancia.

Él observó el frasco, luego a ella… y lo entendió. Bajo aquella armadura de hierro se escondía la misma niña que le había jurado, entre risas y lágrimas, no abandonarlo jamás.

Recuperando la salud, y con el tiempo agotado, sentía que la hora de afrontar la realidad había llegado al fin. En un paisaje envuelto en una lluvia de luz y sombras, su figura emerge con cautela. Su rostro es un misterio, oculto detrás de una máscara de león. Un túnel de enredaderas y flores silvestres, componían su camino hacia el destino que le deparaba.

A su alrededor, los nobles caminaban con seguridad, envueltos en trajes de seda y terciopelo, como si el mundo entero les perteneciera. Los grupos se arremolinaban en la cúpula, como pájaros de plumaje exótico, riendo con delicadeza, como si obedecieran a una melodía que solo ellos podían oír.

Creyendo que el misterio era su haz bajo la manga, una voz femenina lo atravesó, como si fuera una flecha

—Mi pequeño hermanito, ¿cuánto tiempo ha pasado? —la pregunta llegó acompañada de una sonrisa, como si ya supiera la respuesta antes de siquiera formularla.

Ethan se quedó paralizado y sorprendido, como si su rostro fuera un libro abierto; no podía asimilar lo que sucedía a su alrededor. Algo en su interior golpeó con fuerza su corazón, ordenándole no mostrar debilidad.

La mujer, al notar su postura rígida, movió su cabello dorado con un gesto fluido, dándole a entender que nada de eso era un sueño. Ethan parecía un detective, observando y ordenando sus recuerdos. La imagen de un niño pequeño floreció en su mente; él lloraba desconsoladamente, mientras sus manos se extendían para detener a una persona. Era un recuerdo borroso, empañado por la niebla del tiempo, pero lo sentía tan cercano, tan real... que sus manos empezaron a replicar esos recuerdos.

—¿Hermanito...? ¿Así sueles llamar a un desconocido?

La voz de Ethan cortó el aire con dureza. Necesitaba que su autoridad se sintiera, que cada gesto dejara claro que la distancia entre ellos era más que física.

—Entiendo que soy solo una extraña para ti... pero aún recuerdo el día en que te dejé en casa. Eras tan pequeño… que podía sostenerte entre mis brazos...

Liliana desvió la mirada, como si intentara esquivar las palabras.

—¿Por qué me haces esto? ¿Qué es lo que realmente estás buscando? —su voz era melodía rota. Sin embargo mantuvo su mirada fija en ella, contiendo la ira en sus pies.

—Antes de entrar en detalles, ¿te gustaría dar un paseo? —propuso ella, apartando suavemente un mechón dorado de su rostro.

Aunque las dudas lo asaltaban, su deseo por revivir el pasado fue más fuerte que su inseguridad. Con el pulso acelerado, sus dedos se acercaron lentamente, como si temiera el más mínimo contacto. La piel de porcelana, fría y suave como la brisa nocturna, le dio la sensación de estar sosteniendo un sueño en lugar de a una persona.

—Quiero disculparme —dijo ella, con voz calmada.

Esa sonrisa que llevaba consigo parecía un espejismo, como si la ternura que proyectaba hubiera sido cuidadosamente construida. En su memoria, esos ojos azules, profundos como el mar, siempre le mostraron calidez. Ahora, sin embargo, eran como cristal tallado: hermosos, pero vacíos.

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