La sala de reuniones estaba completamente sellada. Ni micrófonos, ni cámaras. Solo dos hombres: el presidente de Rusia y Ryuusei, frente a frente. Uno con poder sobre millones. El otro… con ideas que podrían cambiar el mundo.
—No puedo quedarme en este país —dijo Ryuusei, firme, con respeto—. No porque no quiera ayudar, sino porque tengo un sueño mucho más grande. No es traición… es visión.
El presidente, un hombre de mirada fría y voz imponente, lo observó con atención.
—¿Y cuál es ese sueño que vale tanto como para rechazar la ciudadanía rusa?
—Quiero formar una era de paz. Quiero crear un grupo que actúe donde los gobiernos fallan, donde las potencias solo ven intereses. Cuando ese grupo esté listo, cuando estemos organizados, Rusia tendrá un aliado más fuerte que cualquier ejército.
Hubo silencio por unos segundos. Luego, Ryuusei alzó la vista, decidido:
—Le propongo un pacto. Déjeme irme. Déjeme desaparecer. No me persiga. Y yo le juro… que algún día, cuando más lo necesite, volveré. Y protegeré a su nación con mi vida. Un pacto de sangre.
El presidente entrecerró los ojos. Se levantó lentamente y caminó hasta una pequeña caja de seguridad empotrada en la pared. Sacó una copa y una pequeña navaja.
—¿Sabes, Ryuusei? Me recuerdas a mí hace treinta años. Pero más terco.
Ambos se cortaron la palma. Mezclaron una gota de sangre en la copa y la chocaron suavemente.
—Tienes tu trato, chico. Pero escucha bien lo que te voy a decir ahora… y grábalo en tu mente.
Ryuusei lo miró, atento.
—Rusia es una potencia mundial, sí. Misiles, soldados, tecnología. Pero hay algo que ni siquiera nosotros podemos controlar del todo.
—¿A qué se refiere?
—Una familia. Una sola familia que ha estado manipulando gobiernos, mercados, y hasta conflictos… desde hace décadas. Se hacen llamar los Valmorth.
Ryuusei frunció el ceño.
—¿Una familia de millonarios?
—No solo millonarios, hiper millonarios. Tienen empresas en todos los continentes, controlan bancos, redes de comunicación, armas, incluso genética. Muchos creen que ya no existen… pero están más vivos que nunca.
—¿Y por qué me lo dice?
—Porque si realmente vas a crear un grupo de élite… eventualmente, vas a chocar con ellos. Y te aseguro, Ryuusei, que no serán tan abiertos al diálogo como yo.
El joven asintió lentamente.
—Gracias por confiar en mí. No lo voy a olvidar.
El presidente lo miró por última vez.
—Vete. Antes de que me arrepienta.
Ryuusei se inclinó brevemente. Luego se dio media vuelta, con su mochila al hombro y mil planes en la cabeza. Una nueva etapa estaba por comenzar… y los Valmorth ya eran parte del tablero.
Ryuusei caminaba tranquilo por los pasillos del complejo militar, como si nada malo pudiera pasarle. Llevaba las manos en los bolsillos, la cabeza en alto, y una sonrisa burlona en los labios.
—Bueno, bueno... mi avión privado está listo por si todo salía mal —dijo en voz alta, exagerando cada palabra—. Pero como todo salió perfecto, me están esperando afuera mis dos cadáveres favoritos: Aiko y Volkhov. Qué puntuales.
Un guardia lo escuchó y frunció el ceño.
—¿Qué dijiste?
—Oh, nada, solo hablaba con mi ego. Es muy conversador últimamente.
El presidente lo vio por las cámaras. Se levantó de golpe en su despacho.
—¡¿QUÉ?! ¿Ryuusei, hijo de puta?! —gritó golpeando la mesa— ¡ATRÁPENLO, YA!
Las alarmas sonaron. En segundos, soldados armados aparecieron por todos los pasillos. Ryuusei suspiró, y mientras se sacaba el abrigo, murmuró:
—Sabía que este momento iba a llegar… pero por lo menos esperé que fuera después del desayuno.
El primer militar se lanzó con su bayoneta. Ryuusei se inclinó y le dio un codazo en la mandíbula. Otro intentó dispararle, pero el joven le pateó el arma al aire y lo tumbó de un giro con la pierna.
—¡NO MATO! —gritó, mientras dejaba inconscientes a dos más de una ráfaga de golpes— ¡SOLO DUERMEN UN RATO!
Uno de los soldados logró sujetarlo por la espalda, pero Ryuusei teletransportó su daga a la mano, desapareció por un segundo y reapareció justo detrás de él.
—Te falta entrenamiento, bro.
Le dio un golpe certero en el cuello. El soldado cayó desmayado.
El caos se desató. El sonido de alarmas, gritos y golpes retumbaba por el complejo, pero Ryuusei nunca perdió la sonrisa.
Al llegar a la pista de aterrizaje, una figura lo esperaba con los brazos cruzados. Aiko, con el traje militar que había robado, lo saludó con una sonrisa cómplice. Volkhov estaba junto al avión, terminando de preparar los controles.
—¡¿Te demoraste, o qué?! —gritó Aiko.
—Es que me estaban pidiendo autógrafos —dijo Ryuusei, mientras se subía de un salto.
Ya dentro del avión, miró una última vez por la ventana.
—Chao, señor presidente —dijo con tono burlón y un gesto de despedida con los dedos.
Justo cuando los motores arrancaron, los soldados llegaron a la pista… pero ya era demasiado tarde.
El avión despegó, surcando el cielo helado de Rusia.
Ryuusei se recostó en el asiento y suspiró.
—Bueno, chicos... ahora empieza lo difícil.
El avión surcaba los cielos nocturnos. Las luces de las ciudades quedaban atrás, y solo el rugido suave de los motores acompañaba el silencio. Dentro, Ryuusei estaba sentado frente a Volkhov, con una botella de agua en mano, y Aiko dormía recostada en un asiento cercano, con su espada aún envainada entre los brazos.
—Oye, Volkhov… —dijo de pronto Ryuusei, rompiendo la calma—, el presidente mencionó algo antes de que me largara. Una familia. "Valmorth". ¿Qué sabes de ellos?
Volkhov se quedó en silencio unos segundos. Bajó la mirada. Luego, con voz seria, respondió:
—Los Valmorth… son un cáncer disfrazado de nobleza.
Ryuusei frunció el ceño. Volkhov continuó, sin mirarlo aún:
—Están desde la Segunda Revolución Industrial. Acumularon fortuna al monopolizar el acero y el carbón. Con eso, compraron gobiernos, ejércitos, alianzas. En la Primera Guerra Mundial, financiaron ambos bandos. Literalmente. Vendían armas a los aliados... y a los alemanes.
—¿Y nadie los detuvo? —preguntó Ryuusei, ya con un mal presentimiento.
—No. Porque siempre ofrecían lo que el mundo necesitaba: dinero, armas, tecnología. Durante la Segunda Guerra Mundial, apoyaron a Hitler en los primeros años, especialmente con recursos y pruebas médicas… pero cuando vieron que el Tercer Reich iba a caer, cambiaron de bando. Se aliaron con Estados Unidos, con Inglaterra, con todos. Suministraron armas a los Aliados, escondieron su pasado y se rehicieron como "los héroes silenciosos del nuevo orden mundial".
—Doble cara… —murmuró Ryuusei, molesto—. ¿Y siguen vivos?
—Sí. No solo vivos. Más ricos y poderosos que nunca. No son una familia cualquiera. Son una red. Una sombra que se adapta. Cambian de apellido, de empresa, de rostro. Pero el apellido "Valmorth" siempre está detrás de las guerras más sucias, los contratos más oscuros y los movimientos financieros que destruyen países y crean imperios.
Ryuusei apretó la botella hasta casi romperla.
—Entonces… si voy a crear una era de paz… esa familia será mi mayor obstáculo.
—No solo eso —agregó Volkhov, esta vez mirándolo directo a los ojos—. Si ellos saben lo que estás haciendo... tú serás su próxima guerra.
Silencio.
El avión seguía avanzando, pero el ambiente dentro ya no era tranquilo. Una nueva amenaza se alzaba entre las sombras. Y Ryuusei lo sabía.