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Chapter 87 - Capítulo 16: Sangre sobre la nieve

Ryuusei giró los hombros, dejando que los músculos se relajaran mientras sus martillos caían al suelo con un estruendo seco. La nieve a su alrededor estaba teñida de rojo, salpicada de restos de los soldados de Volkhov, un festín sangriento en la inmensidad blanca.

—Voy a darte una oportunidad, Volkhov —dijo con una media sonrisa torcida—. Peleemos a puño limpio. Si te gano, vas a escucharme. Porque si lo hiciera con mis armas… no durarías ni quince segundos.

Volkhov arqueó una ceja y soltó una carcajada ronca.

—Jajaja… me gusta tu arrogancia, chico. Muy bien, si crees que puedes contra mí sin esos juguetitos, adelante. Pero primero… —señaló la máscara de Ryuusei con un ademán—. Quítate esa cosa. No voy a romperme los nudillos contra una maldita pared.

Ryuusei suspiró y, sin prisa, llevó las manos a los costados de su máscara. Un leve chasquido y el metal cayó sobre la nieve.

Por primera vez en toda la batalla, mostró su rostro.

Volkhov entrecerró los ojos.

—… No puede ser.

Un niño.

Ryuusei no tenía más de 17 años, pero su mirada era la de alguien que había visto demasiado. No había ni un atisbo de inocencia en esos ojos. Solo vacío. Solo guerra.

Volkhov sintió un escalofrío. No miedo, no. Algo peor. Un reconocimiento amargo: ese chico no debería existir.

Pero no había tiempo para reflexionar.

El ruso se lanzó primero, su puño como un proyectil dirigido al rostro de Ryuusei. Este inclinó la cabeza con precisión quirúrgica y respondió con un golpe seco al estómago. Volkhov sintió cómo sus órganos se sacudían, un espasmo de dolor lo recorrió y un hilo de sangre escapó de su boca.

No se detuvo.

Giró sobre su eje y lanzó un codazo ascendente. Su impacto fue brutal, la mandíbula de Ryuusei se sacudió con un chasquido seco. Pero antes de que la fractura se asentara, su cuello volvió a su lugar con un crujido repugnante.

—Tch… eso es trampa —bufó Volkhov, limpiándose la sangre de los labios.

Ryuusei se relamió y escupió al suelo, su sonrisa creciendo, torcida, salvaje.

—No me culpes por ser más resistente.

La pelea escaló en brutalidad. Volkhov encadenó una ráfaga de golpes a las costillas de Ryuusei. Este apenas se inmutó. En respuesta, hundió su puño en la nariz de Volkhov con un crujido espantoso. La sangre le salpicó el rostro, pero en vez de retroceder, el ruso rió con un destello de locura.

Entonces se lanzó.

Volkhov atrapó a Ryuusei en un agarre de oso y lo levantó del suelo, con la intención de partirlo en dos con pura fuerza. Un crujido sordo resonó cuando la columna del chico se dobló en un ángulo antinatural. Pero antes de que el dolor lo paralizara, Ryuusei enterró sus pulgares en los ojos de Volkhov.

El ruso rugió, tambaleándose con la visión teñida de rojo.

Ryuusei cayó pesadamente sobre la nieve, escupió un diente y sonrió con los labios ensangrentados.

—Te ves mal, Volkhov. ¿Ya quieres rendirte?

—¡Jódete! —bramó el ruso, lanzándose con todo.

El choque de sus cuerpos retumbó en la tundra, dos bestias despedazándose a puño limpio, con la nieve empapada de su sangre.

Cada golpe de Volkhov era un martillazo de dolor. Ryuusei resistía, pero su regeneración, aunque lo salvaba, lo torturaba a cada segundo. Cada hueso roto, cada músculo desgarrado, todo sanaba en un ciclo interminable de sufrimiento.

Pero no podía caer.

Volkhov jadeaba, su rostro era una máscara de sangre, pero su fuerza seguía intacta. Sus nudillos abiertos chorreaban rojo, pero su instinto de combate lo obligaba a seguir. Con un rugido primitivo, alzó a Ryuusei en el aire.

Antes de que pudiera reaccionar, sintió la rodilla de Volkhov destrozándole la espalda.

El crujido fue seco, definitivo.

El grito de Ryuusei desgarró la tundra. Su cuerpo cayó como una marioneta rota, incapaz de moverse. Trató de levantarse, pero su espina dorsal era polvo.

Y entonces, comenzó la regeneración.

Las vértebras se soldaron. Los nervios se reconectaron. El dolor era inimaginable, un infierno en su propia carne. Pero cuando su cuerpo estuvo listo, solo quedaba una cosa por hacer.

Noquear a Volkhov.

El ruso apenas tuvo tiempo de levantar los brazos cuando Ryuusei se le echó encima como una sombra.

El primer golpe le rompió la mandíbula.

El segundo le hundió el pómulo.

El tercero, un uppercut al mentón, lo apagó por completo.

Volkhov cayó. Un saco de carne inerte sobre la nieve.

Silencio.

Solo el viento ululaba, arrastrando el aroma metálico de la sangre. Ryuusei respiraba con dificultad, sus nudillos chorreaban rojo—suyo y de Volkhov. No tenía mucho tiempo.

Se arrodilló junto al ruso y le dio unas palmadas en la mejilla.

—Despierta, Volkhov. Necesito que me escuches.

El ruso gruñó, parpadeando con dificultad.

—No tenemos mucho tiempo —continuó Ryuusei—. Volk nos está escuchando. El Ministro de Defensa y un agente de alta seguridad están atentos a esta conversación. Si hablo, lo sabrán.

Volkhov frunció el ceño, todavía aturdido.

Sin más, Ryuusei sacó un papel y un lápiz de su bolsillo y comenzó a escribir con rapidez.

—Lee rápido. Dime si estás dentro.

Volkhov, con la respiración entrecortada, dirigió la mirada al papel.

Y en cuanto sus ojos recorrieron las palabras, su expresión cambió por completo.

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