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Chapter 93 - Capítulo 22: La Nueva Era

Volkhov cruzó los brazos, observando con escepticismo a Ryuusei. Lo que había escuchado hasta ahora desafiaba toda lógica. No solo hablaban de resurrección y poderes divinos, sino que ahora este joven le proponía algo que sonaba aún más descabellado.

—Bien, chico. Si no quieres dominar el mundo, entonces ¿qué es lo que quieres? —preguntó Volkhov con el ceño fruncido.

Ryuusei le devolvió la mirada con seriedad.

—Voy a ser claro, Volkhov. Quiero crear una era de paz. No por décadas, no por generaciones, sino al menos por 300 años.

El ruso bufó con incredulidad.

—¿Paz? ¿Dices que quieres paz, pero me hablaste de asesinar, de robarle a la muerte y de torturar personas?

Ryuusei asintió, sin inmutarse.

—Exactamente. Porque sé de primera mano lo que es el caos, la guerra y la desesperación. Si realmente quieres acabar con algo, debes conocerlo desde dentro.

Volkhov se quedó en silencio por unos segundos. Miró de reojo a Aiko, que solo sonreía con confianza, como si la idea de su maestro fuera lo más natural del mundo.

—Quiero construir algo más grande que cualquier nación que haya existido. Un refugio para aquellos que no encuentran su lugar en este mundo. Quiero estabilidad, justicia… quiero que nadie tenga que sufrir lo que yo pasé.

El ruso chasqueó la lengua.

—Hah… Suena bonito. Pero, chico, eso es imposible. Siempre habrá guerra, siempre habrá conflictos.

Ryuusei sonrió levemente.

—Tal vez, pero yo tengo la ventaja. No necesito siglos para lograrlo. En pocos años, puedo hacer que todo el mundo se incline. Y no con miedo, sino con respeto.

Volkhov seguía dudando. Sus años de vida como fugitivo le habían enseñado que las utopías no existen. Pero algo en la mirada de Ryuusei… su determinación, su confianza absoluta, lo hacía reconsiderar.

—Voy a pagarte —añadió de repente Ryuusei, con una sonrisa burlona.

—¿Qué? —preguntó Volkhov, confundido.

—Soy millonario. Técnicamente, si te unes a mí, vas a ser rico también.

Hubo un momento de silencio. Aiko empezó a reírse con fuerza.

—Ryuusei, ¿de verdad piensas convencerlo con dinero?

—¿Por qué no? A todos nos gusta el dinero. Ah, y también te voy a dar nuevas habilidades.

Volkhov entrecerró los ojos.

—¿Habilidades?

—Sí, habilidades. ¿Te gustaría poder volar? ¿Manipular fuego? ¿Controlar la gravedad?

El ruso soltó una carcajada.

—Eres un hijo de puta interesante, lo admito.

Ryuusei estiró la mano.

—Entonces, Volkhov, ¿quieres unirte a la causa?

El soldado fugitivo miró aquella mano extendida. Parte de él quería rechazar todo. Pero la otra… la otra estaba tentada por la posibilidad de ver hasta dónde llegaría este loco.

Y Volkhov nunca había sido un hombre que rechazara la oportunidad de algo grande.

—Hah… Está bien. Pero si veo que todo se va a la mierda, me largo.

Ryuusei sonrió.

—Trato hecho.

Y así, sin darse cuenta, Volkhov acababa de dar el primer paso hacia algo que cambiaría el mundo para siempre.

La noche se cernía sobre ellos, el fuego negro de Ryuusei crepitaba suavemente, proyectando sombras inquietantes en la nieve. Volkhov aún estaba procesando lo que acababa de aceptar cuando Ryuusei, con total calma, alzó la mano derecha y pronunció unas palabras en un idioma que ni siquiera su traductor interno podía captar.

En ese instante, el aire se volvió denso. Una presión extraña se extendió por el bosque, como si la misma realidad se retorciera para dar paso a algo que no pertenecía a este mundo.

De las sombras emergieron figuras encapuchadas. No caminaban, sino que parecían deslizarse sobre el suelo, como espectros sin peso. Sus presencias no eran simplemente aterradoras… eran antinaturales.

Volkhov se llevó la mano a la funda de su cuchillo, instintivamente.

—¿Qué demonios es esto…? —murmuró, entrecerrando los ojos.

Los encapuchados se arrodillaron frente a Ryuusei, en absoluta reverencia. Uno de ellos, más alto que los demás, se adelantó y bajó la capucha, revelando un rostro humanoide pero con ojos completamente negros, como si su alma hubiera sido absorbida por algo mucho más grande que él.

—Mi señor Ryuusei, hemos escuchado su llamado. —Su voz era profunda, carente de emoción, como si hablara desde un vacío insondable.

—Bien. —Ryuusei extendió la mano. —Dame las cosas que robé.

El heraldo hizo una leve reverencia y sacó de su túnica varios objetos envueltos en tela negra. Uno a uno, los depositó en las manos de Ryuusei.

—El aparato traductor, la piedra de regeneración… —Ryuusei inspeccionó los objetos con calma. —Todo está en su lugar.

Volkhov sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Espera un momento… ¿Dijiste que robaste eso?

Ryuusei sonrió levemente, sin siquiera mirarlo.

—Sí. Se lo robé a la Muerte.

Volkhov sintió que un sudor frío le recorría la frente. Se quedó mirando los objetos con cautela, sintiendo que no debía estar ahí.

—No puede ser… —murmuró.

Los heraldos se mantenían inmóviles, como si fueran esculturas talladas en obsidiana. Y aunque Volkhov no entendía exactamente qué eran, tenía claro algo: no eran humanos. Ni siquiera parecían pertenecer a este mundo.

Aiko, por otro lado, solo sonrió con tranquilidad.

—¿Sorprendido, Volkhov? Esto es apenas el principio.

El soldado fugitivo sintió un hormigueo en la nuca. Si antes pensaba que Ryuusei estaba loco, ahora tenía la certeza de que estaba tratando con algo que iba mucho más allá de la locura.

El aire se sentía más denso que nunca. La luz del fuego negro de Ryuusei proyectaba sombras grotescas sobre los rostros de los presentes, dándole un aspecto aún más tétrico a la escena. Volkhov no podía apartar la vista de los heraldos, de sus figuras inhumanas que parecían no respirar, no parpadear… solo observar con devoción inquebrantable.

El heraldo que se hacía llamar Antryx avanzó un paso, inclinándose levemente ante Ryuusei antes de hablar. Su voz era fría y carente de vida.

—Volkhov… presta atención. —Sus ojos negros se fijaron en él con intensidad—. Para recibir los dones de nuestro señor, primero debes aceptar su marca. El aparato traductor no es un simple dispositivo… es un microchip, y deberá ser implantado manualmente en cada una de tus orejas.

Volkhov frunció el ceño.

—¿Implantado? ¿Cómo demonios se supone que…?

Antes de que pudiera terminar su frase, Antryx alzó su mano y extendió dos pequeños dispositivos metálicos con una aguja afilada en la punta.

—Colócalos en cada oído. Sentirás dolor.

El ruso miró los dispositivos con desconfianza.

—¿Dolor…?

Pero antes de que pudiera reaccionar, Antryx se movió con una velocidad inhumana y le clavó el primer microchip en la oreja izquierda.

—¡AGH, MALDICIÓN! —Volkhov apretó los dientes, sintiendo cómo la aguja penetraba su cartílago, enviando un dolor lacerante por su cráneo. El sonido de un crujido interno lo hizo estremecerse.

—Uno más… —susurró Antryx con la misma indiferencia.

Sin darle tiempo para recuperarse, clavó el segundo microchip en la oreja derecha.

—¡JODER! —Volkhov se tambaleó hacia atrás, sintiendo como si le hubieran perforado el cerebro. Un zumbido ensordecedor llenó su cabeza por unos segundos… y luego, de repente, todo se aclaró. Podía entender cada palabra que decían los heraldos.

Respirando con dificultad, levantó la mirada hacia Ryuusei, quien lo observaba con una sonrisa tranquila.

—Eso fue solo el primer paso. Ahora… vamos con lo realmente interesante.

Volkhov sintió que su estómago se revolvía.

—¿"Realmente interesante"?

Antryx volvió a extender la mano, y esta vez, en su palma descansaba un objeto que parecía un cristal negro con vetas carmesíes que palpitaban como si tuviera un corazón propio.

—La piedra de regeneración. —explicó Antryx—. No funciona automáticamente… debe ser implantada manualmente, en tu corazón.

Volkhov sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—No… no me jodas.

Aiko, que había permanecido en silencio hasta ahora, se cruzó de brazos con una sonrisa burlona.

—No te preocupes, Ryuusei lo hará personalmente.

Volkhov giró la cabeza hacia Ryuusei, con una mezcla de terror y furia en la mirada.

—Espera… ¿Quieres decir que me vas a abrir el pecho con tus propias manos?

Ryuusei se inclinó levemente hacia él, su expresión se tornó más seria que nunca.

—Volkhov… ¿confías en mí?

El soldado fugitivo sintió que el sudor frío le resbalaba por la sien. No había escapatoria. Si de verdad quería alcanzar la fuerza que le prometieron, tendría que aceptar lo impensable.

Respiró hondo, tragando saliva.

—Hazlo rápido… y sin joderme demasiado.

Ryuusei sonrió.

—Eso… no te lo puedo prometer.

Y antes de que Volkhov pudiera arrepentirse, sintió cómo los dedos de Ryuusei se hundían en su pecho, desgarrando carne y hueso sin anestesia alguna.

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