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Chapter 90 - Capítulo 19: Días antes de la cacería

En una celda oculta dentro del Kremlin, dos sombras susurraban en la penumbra. La luz mortecina del pasillo apenas tocaba sus rostros, pero la seriedad en sus ojos era inquebrantable. Lo que estaban a punto de hacer los convertiría en los enemigos más buscados de Rusia.

—Voy a explicarte el plan completo —dijo Ryuusei, apoyando la espalda contra la fría pared de piedra—. Pero antes… hay algo que nunca te dije.

Aiko cruzó los brazos, arqueando una ceja.

—Cuando Aurion me partió en dos… —continuó Ryuusei, su voz reducida a un hilo de sonido—. Algo extraño ocurrió. No morí al instante. Mi mente se deslizó a un lugar que no puedo describir. Era como estar atrapado en mis propios recuerdos, pero distorsionados. Pesadillas, Aiko. Fragmentos de mi vida convertidos en algo grotesco.

Ella lo escuchó en silencio, sin interrumpir.

—Y entonces, pasó lo imposible. Mi cuerpo comenzó a regenerarse… pero no porque yo lo ordenara.

Aiko frunció el ceño.

—Fue como si otra parte de mí hubiera decidido traerme de vuelta. No fue mi torso el que controló la regeneración. Fue algo más… un punto clave de mi cuerpo.

—¿Y eso qué significa? —preguntó Aiko, con la mirada afilada.

Ryuusei sonrió de lado.

—Nos tienen con estos collares de seguridad. Si desobedecemos, nos harán volar en pedazos. Pero si mi teoría es cierta… podemos sobrevivir.

Aiko abrió los ojos, incrédula.

—No me jodas…

—Si trasladamos nuestra conciencia a un punto específico del cuerpo antes de la explosión, podremos regenerarnos sin necesidad de nuestra cabeza o torso.

Aiko llevó una mano a la barbilla, procesando la locura que acababa de escuchar.

—Eso suena… a suicidio.

Ryuusei dejó escapar una sonrisa torcida.

—Lo es. Pero si funciona, haremos lo imposible: traicionar al Kremlin y salir con vida.

Aiko suspiró, recostándose contra la pared.

—Si fallamos, moriremos de la forma más ridícula posible.

—Pero si sale bien… —Ryuusei la miró con una determinación feroz—, nos llevaremos a Volkhov con nosotros.

Aiko giró la cabeza, sorprendida.

—¿Quieres reclutar a Volkhov?

Ryuusei asintió.

—Es el mejor francotirador de Rusia. Si alguien puede ayudarnos a derribar el Kremlin desde dentro, es él. Solo tenemos que hacer que confíe en nosotros.

Aiko guardó silencio por un momento… y luego sonrió con diversión.

—Definitivamente estamos locos.

Ryuusei soltó una risa baja.

—Bienvenida al plan, Aiko.

Y así, la traición al Kremlin comenzó a tomar forma.

Volkhov se tambaleó en la nieve, sus manos temblorosas sujetando la cabeza de Aiko.

No podía procesarlo.

Todo había pasado demasiado rápido.

—Mierda… —susurró con la voz rota.

Su respiración era errática, su pulso, un tambor desenfrenado en sus oídos. La nieve roja a sus pies le gritaba que había cruzado un punto de no retorno.

Pero entonces, ocurrió lo impensable.

La cabeza de Aiko… se movió.

Al principio, Volkhov creyó que estaba alucinando. Pero sus párpados se contrajeron… luego se abrieron. Sus ojos lo miraron con la misma burla de siempre.

—¿Qué cara es esa, Volkhov? Pareces un maldito fantasma.

Volkhov sintió que el aire se le atascaba en la garganta.

—¿C-Cómo…?

No pudo terminar la frase. Era imposible.

Aiko seguía viva.

—Corre. —Su voz sonó tan clara como siempre, como si nada hubiera pasado—. Llévame lejos.

Los instintos de Volkhov reaccionaron antes que su mente. Se echó la cabeza de Aiko al hombro, apretó los dientes y corrió.

En el Kremlin, las pantallas parpadearon.

—¿Qué está pasando? —bramó Rubosky, inclinándose hacia adelante.

Dimitri, con la piel tan pálida como un cadáver, señaló la pantalla con un dedo tembloroso.

—Se… se está moviendo… la cabeza de Aiko sigue viva.

Silencio absoluto.

Luego, el estruendo de una taza de café estrellándose contra la pared.

—¡Encuéntrenlos!

En cuestión de segundos, toda Rusia se convirtió en una jauría hambrienta.

El bosque helado era su única salvación.

Los árboles, cubiertos de nieve, se alzaban como espectros retorcidos. El viento cortante azotaba el rostro de Volkhov, pero él no se detuvo. Su aliento salía en nubes de vapor, sus botas se hundían en la nieve.

—¿Sabes? —resopló Aiko desde su hombro—. No es tan divertido cuando me llevas como un maldito trofeo de guerra.

Volkhov no respondió. Su mente aún intentaba comprender lo que acababa de pasar.

—Volkhov —susurró Aiko—. Métete esto en la cabeza. No soy humana.

El ruso se detuvo en seco.

El viento ululaba entre los árboles. A lo lejos, el sonido de helicópteros.

—Si no eres humana… entonces, ¿qué mierda eres?

Aiko rió. Una risa ligera, casi burlona, que contrastaba con la gravedad de la situación.

—Todavía no es el momento para que lo sepas.

Antes de que Volkhov pudiera exigir respuestas, el sonido metálico de un gatillo quebró el aire.

¡CLICK!

Mierda.

Se lanzó al suelo.

Un segundo después, una ráfaga de balas destrozó los árboles donde estaba parado. La madera explotó en astillas, la nieve saltó por los aires.

—¡Tropas al este! ¡Los tenemos acorralados!

Las voces en ruso resonaban entre el eco de los disparos. Los soldados avanzaban, armados hasta los dientes.

Volkhov apretó los puños.

No tenía balas. Solo un cuchillo… y la cabeza de una niña que se negaba a morir.

—¡Corre, Volkhov! —gritó Aiko.

Y corrió.

El frío le mordía la piel, las botas resbalaban en el hielo. Balas zumbaban a su alrededor como avispones furiosos.

—¡Volkhov, a la izquierda! —Aiko gritó desde su hombro.

Sin dudarlo, se lanzó en esa dirección.

De repente, el suelo desapareció bajo sus pies.

—¡Mierda!

Ambos cayeron en picada por una pendiente nevada.

Rodaron entre rocas y ramas, golpeándose contra el hielo, hasta que finalmente se estrellaron en un río congelado.

El impacto le sacó el aire a Volkhov.

Respiró hondo y sintió algo cálido en su frente. Sangre.

—Tsk… eso tuvo que doler —murmuró Aiko.

Volkhov gruñó y se puso de pie.

Arriba, en la colina, los soldados miraban hacia abajo, apuntando con sus rifles.

—¡NO PUEDEN ESCAPAR!

CRACK.

El sonido lo hizo mirar a sus pies.

Mierda.

El hielo bajo ellos comenzaba a romperse.

—¡Corre, Volkhov!

Pero no fue lo suficientemente rápido.

¡CRASH!

El hielo se quebró, y el agua helada lo devoró.

El mundo se volvió negro.

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